Gnosis y la Visión Cósmica

La metafísica de los primeros Principios, desarrollados en la Teología/Teodiciea de la doctrina Gnóstica, se hallaba en el platonismo en estrecha conexión con la cosmología, es decir, está relacionada con la explicación y comprensión de la realidad física tanto mundana como celeste. De ahí que los sistemas teológicos judíos y cristianos no acertaran a librarse del sello naturalista de la filosofía platónica, de la que son herederos. Los primeros Principios del platonismo tardío, aun transformados en sujetos divinos, siguieron manifestando la marca del cosmos. Entre los gnósticos, sin embargo, la impronta naturalista de la cosmología platónica aparece coloreada por una fuerte motivación soteriológica.

Nuestra descripción de la cosmología de los gnósticos de Nag Hammadi adoptará el procedimiento obvio de deslindar los niveles de la escala descendente que va de la Divinidad

creadora al mundo corporal. Respecto a cada uno de los niveles nos contentaremos, de acuerdo con el método de esta Introducción, con definir los distintos tipos y modelos, aduciendo algunos textos a título de meros ejemplos. Puesto que en el tema de la cosmología los sistemas setianos y valentinianos no presentan diferencias radicales, el tratamiento de esta Introducción los contempla como un solo conjunto.


El Paradigma Inteligible

Fieles en este punto al platonismo, los gnósticos de Nag Hammadi se preocupan de la causalidad formal en la producción del cosmos, distinguiéndola cuidadosamente de la causa eficiente.

Respecto a la causa formal, las tesis gnósticas se adecuan a la escolástica del platonismo medio. Las formas paradigmáticas del mundo se hallan con distinta constitución ontológica en los distintos estratos de la divinidad25. Esta doctrina es especialmente clara en los textos de la corriente valentiniana. Según éstos, el Principio del universo es el segundo Principio, el Intelecto y el Alma reciben de él las formas paradigmáticas para plasmarlas en la materia: «Respecto a las cosas que provinieron de él (el Logos inferior) las pronunció, y llegaron a ser como una representación de los lugares espirituales que hemos mencionado al exponer el tema de las imágenes» (TrTrip 101,6-9); «Él (Arconte) vio un reflejo, y por el reflejo que vio en él creó el mundo. Mediante un reflejo de un reflejo obró, produciendo el mundo» (Zos 10,1-5)26. Algunos gnósticos precisan más y conciben el mundo de los paradigmas inteligibles como una realidad intermedia entre los ámbitos de lo divino y de lo mundano, realidad integrada en el último eón del Pleroma: «Una vez que la naturaleza (phisis) de los seres inmortales hubo terminado su proceso de procedencia del que es infinito, sucedió que una semejanza emanó de Pistis; la llaman Sabiduría. Esta semejanza experimentó una voluntad y pasó a ser una obra semejante a la luz primordial. Acto seguido su voluntad se manifestó como una semejanza del cielo que poseía una inconcebible grandeza. Se hallaba en el espacio intermedio entre los inmortales y los seres que vinieron después de ellos, con figura [de cielo].

Era como un velo que separaba al género humano de las realidades superiores» (OgM 98,11-23).


La Materia

En el tema de la materia, los gnósticos cristianos manifiestan una cierta originalidad. La especulación judía helenística había recogido sin excesivos remilgos la tesis filosófica de la eternidad de la materia, es decir, la ausencia de una causa eficiente específica para la materia.

Algunos pensadores cristianos llegaron a simpatizar con esta idea, aunque la mayoría se adhirieron al dogma de la creación ex nihilo. Los gnósticos introdujeron su propia versión, en la línea de su monismo ontológico. La materia procedía de la misma serie de principios trascendentes que las formas, sólo que en calidad de ruptura, no de simple deminoración gradual. Dicho en términos míticos, la materia no procedía de Dios a modo de generación, sino como un aborto. Pero procedía de Dios: «En el seno de los eones infinitos en los que se halla la incorruptibilidad, la sabiduría, la denominada Pistis, quiso producir una obra ella sola, sin su cónyuge. Su obra resultó como una semejanza del cielo. (Es de saber que) hay un velo entre las realidades superiores y los eones de la parte inferior, y que una sombra vino a existir más abajo del velo, y esta sombra pasó a ser materia, y esta sombra fue arrojada a un lugar particular. Pues bien, la hechura (de la Sabiduría) fue una obra realizada en la materia, una especie de aborto. Recibió figura a partir de la sombra» (HipA 94,4-16).

El mito clásico valentiniano, transmitido por Ireneo, señala en términos poéticos cómo Sabiduría, ya redimida por el eón Salvador, está ya formada y capaz de entender al Padre, pero al mismo tiempo vacía de Cristo/Logos que la había dejado. Se lanza entonces Sabiduría inferior en busca de esa luz que la había abandonado (en el fondo buscaba la luz del Trascendente), pero no puede alcanzarla a causa del impedimento de Límite. Al no poder rebasar éste, por seguir entrelazada con su pasión y al quedar abandonada en el exterior del Pleroma, cayó Sabiduría en toda clase de pasiones, multiformes y variadas, incluida la conversión. De estas pasiones (¡también divinas!) nace la primera materia, primordial e inteligible, no sensible. De su conversión tiene origen el llamado Demiurgo, del que en seguida nos ocuparemos. Las demás cosas nacieron de su temor y su tristeza. De las lágrimas de Sabiduría provino toda la sustancia húmeda; de su risa, la sabiduría luminosa; de su tristeza y de su estupor, los elementos corporales del mundo.

Debemos insistir en que esta materia primordial no es el mundo corpóreo, sino el substrato a partir del cual se plasmará el mundo corpóreo. El mundo visible será creado posteriormente por Sabiduría de modo indirecto, gracias al Demiurgo.


El Demiurgos

La causalidad eficiente respecto al mundo físico es atribuida por la mayoría de las corrientes gnósticas a un ser divino inferior, caracterizado de diversos modos. Las denominaciones más comunes de este personaje son Demiurgo («artesano»: valentinianos), Arconte (valentinianos y setianos) y Yaldabaot/Yaltabaot (setianos).

La introducción de este personaje en los sistemas gnósticos tiene por finalidad establecer un eslabón en la escala descendente de los seres entre la materia inteligible, producida por Sabiduría, y la materia corporal y sensible tal como la vemos en el universo. En el fondo, esta figura intermedia entre el universo material y el Trascendente sirve para alejar a éste del universo de modo que, por una parte, el Ser supremo quede libre de haber creado directamente lo material, pero, por otra, proceda también el universo en último término de la divinidad, ya que el Demiurgo pertenece al ámbito de lo divino. Con la llegada a la existencia de la materia quedarán confirmados también la Deficiencia, la oposición al Trascendente y, en último término, el Mal.

El ciclo demiúrgico, en los gnósticos, suele desarrollarse como una exégesis esotérica de los primeros capítulos del Génesis, y manifiesta además obvias referencias calendariales, extremos que cuidamos señalar en las notas a nuestras traducciones. Según un primer modelo, el Demiurgo procede directamente del último eón del Pleroma: «Puesto que había en ella una potencia invencible, su pensamiento no permaneció inactivo y a partir de ella se manifestó una obra imperfecta y distinta de su forma, pues la había producido sin su consorte. No se parecía en nada a la figura de su madre, sino que tenía otra forma. Una vez hubo visto la obra deseada, ésta se transmutó en la figura de un extraño dragón con rostro de león, de ojos resplandecientes como relámpagos. Lo arrojó lejos de ella y de aquel lugar a fin de que no lo viera ninguno de los inmortales, pues lo había creado en ignorancia. Lo envolvió en una nube luminosa y (lo) colocó en un trono en medio de la nube para que nadie lo viera excepto el Espíritu Santo que es llamado “la madre de los vivientes”». Y le puso por nombre Yaltabaot (ApocJn 10,1-19). De acuerdo con este pasaje, Sabiduría es «madre» del Demiurgo30. Esta filiación rompe la regla según la cual el último eón no tiene ya capacidad generativa (cf. Plotino, En. III 8,2) y se limita a «producir». En efecto, la metáfora de la generación abarca exclusivamente el ámbito de las relaciones entre seres divinos, y no las relaciones entre un ser divino y los seres inferiores».

De acuerdo con el modelo más común, el Demiurgo procede del último eón del Pleroma por medio de la materia: «Pues bien, la hechura (de la Sabiduría) fue una obra realizada en la materia, una especie de aborto. Recibió figura a partir de la sombra. Era una bestia arrogante parecida a un león. Era andrógino, pues, como ya dije, provino de la materia» (HipA 94,14-19). «Pistis Sofía deseó que aquel ser carente de espíritu se configurara como una semejanza y que señoreara sobre la materia y todas sus potencias. Acto seguido se manifestó en primer lugar un arconte salido de las aguas, parecido a un león y andrógino, poseedor de un gran poder (pero ignorante de dónde procedió)» (OgM 100,1-9).

Un tercer modelo se abstiene de precisar el modo de procedencia del Demiurgo: «En el instante también se manifestó el gran Demonio que gobierna sobre la parte ínfima del Hades y el caos» (PensTr 39,20-23).

Los gnósticos se dividen a la hora de precisar la substancia de la que está formado el Demiurgo. Para la mayoría, esta entidad divina intermedia posee sólo substancia psíquica (cf. infra pp. 65 y 71), intermedia también; carece de la substancia superior o pneumática, aunque sea «hijo» de Sabiduría; para otros, tiene dentro de sí una «chispa» o centella divina que procede de la sustancia de su madre, aunque luego la pierde al crear al hombre, como veremos.

En los grupos gnósticos judeo-cristianos el Demiurgo suele aparecer como un ser malo y perverso; otras veces, simplemente como orgulloso y necio; en todos estos escritos este Demiurgo es Yahvé, el Dios del Antiguo Testamento, a quien los judíos creen equivocadamente Dios supremo, por haber creado el cosmos y porque lo dice - ignorantemente - él mismo, afirmando ser la Divinidad superior. Esta identificación con Yahvé tiene lugar por el procedimiento de describir al Demiurgo con las características del Dios bíblico: «Lo envolvió en una nube luminosa y (lo) colocó en un trono en medio de la nube (cf. Ex 16,10) para que nadie lo viera excepto el Espíritu Santo que es llamado “la madre de los vivientes”. “Y le puso por nombre Yaltabaot”» (ApocJn 10,14-19). Más adelante especificaremos una subdivisión de la figura demiúrgica. De entre las características enumeradas, la más común, presente en casi todos los textos, tanto setianos como valentinianos, es la de la soberbia y la ignorancia del Demiurgo, que se proclama Dios único. Veámoslo en la versión de la Hipóstasis de los arcontes: «Su jefe es ciego. [Impulsado por su] potencia, por su ignorancia y por su orgullo […] dijo: “Yo soy Dios, y ninguno hay [fuera de mí]”. Al decir esto, pecó contra [el todo]» (86,27-33)31.


La Esfera Demiúrgica

El Demiurgo engendra o produce auxiliares para la obra de la creación. Estos auxiliares, o arcontes inferiores, responden a dos modelos: el planetario y el zodiacal.

El modelo planetario puro consta de siete arcontes, uno para cada uno de los círculos planetarios: «El arconte discurrió crear hijos para sí, y se creó siete hijos, que eran andróginos como su padre. Y dijo a sus hijos: “Yo soy el dios del todo”» (HipA 95,26). El cotejo con las demás tradiciones gnósticas indica que el Demiurgo es el primero de los siete, no un arconte distinto. En este sentido se le denomina Hebdómada, con clara alusión a la narración genesíaca.

El modelo zodiacal puro, que consta de doce miembros, se halla en el Evangelio de los egipcios (IV 57,20ss).

El modelo mixto, zodiacal y planetario, se halla en el Apócrifo de Juan (10,25 y 12,25) y en Sobre el origen del mundo (101,10 y 104,20). Los que aducen este modelo mixto parecen no haberse percatado de que el zodíaco no es más que una división de uno de los círculos planetarios, el del sol. Estas confusiones obedecen al hecho de que la fuente de nuestros autores no es la astronomía, sino la magia astrológica.

En la Hipóstasis de los arcontes y en Sobre el origen del mundo se introduce una importante distinción entre el primer arconte, Yaldabaot, y uno de los arcontes planetarios, Sabaot. Éste experimenta un movimiento de conversión paralelo al del eón Sabiduría: «Sucedió que cuando Sabaot, el hijo de (Yaldabaot), vio la potencia de este ángel, se arrepintió y condenó a su padre y a su madre la materia, asqueándose de ella. En cambio, entonó himnos a la sabiduría y a su hija Zoé. Entonces la Sabiduría y Zoé lo exaltaron y lo instalaron sobre el séptimo cielo, debajo del velo, entre el lugar superior y el lugar inferior. Y fue denominado “Dios de las potencias, Sabaot”, porque está por encima de las potencias del caos debido a que fue la Sabiduría quien lo instaló. Cuando estos acontecimientos tuvieron lugar, él se construyó un gran carro de querubines, dotado de cuatro rostros, con una innumerable multitud de ángeles para hacer de servidores, y arpas y cítaras» (HipA 95,13-30). Sobre el origen del mundo (103,32107,14) agrega diversos desarrollos míticos.

El episodio de la conversión de Sabaot representa un intento de recuperación del Dios del Antiguo Testamento. La base escriturística viene ofrecida por las visiones de Ezequiel (1,5-6 y 10,1). Sabaot, el Dios montado en su carro, se contrapone a Yaldabaot, cuyo trono está en la nube. Este proceso de bonificación del Demiurgo halla su continuación en los valentinianos. El Tratado tripartito ofrece una visión completamente positiva de la esfera demiúrgica (cf. 100,1ss)32.


La Creación Demiúrgica

La función del Demiurgo es operar sobre la materia inteligible preexistente a él por medio de unas formas recibidas de lo alto33, es decir, plasmar el mundo por deseo indirecto del Trascendente a partir de la sustancia primigenia e incorporal generada por su madre Sabiduría.

Pero ejecuta esta misión sin saber con toda exactitud lo que hace, pues opera por mímesis y por orden del Pleroma, sin tener conciencia de ello. Así lo describe el Apócrifo de Juan: «Él ordenó toda cosa de acuerdo con la semejanza de los primeros eones que habían existido, de modo que los creó con la figura de los incorruptibles, no porque hubiera visto a los incorruptibles, sino porque la potencia que reside en él, recibida de su madre, producía en él la semejanza del mundo» (12,33-14,6).

El gnosticismo en general adopta conceptos estoicos para la descripción del mundo corporal (sistema de los elementos; acción del aire sobre los elementos inferiores; poder de los astros; providencia mundana…). Los gnósticos de Nag Hammadi suelen pasar directamente de la descripción de los agentes demiúrgicos a la antropogonía, sin demorarse en la descripción del mundo corporal. La mayor parte de las referencias al cosmos figuran como complemento de la descripción de las respectivas obras de Sabiduría y del Demiurgo: «El Logos (inferior) se estableció como principio fundamental, causa y gobernante de las cosas del devenir» (TrTrip 96,17-19).

Las escasas referencias a los cuatro elementos tienen función marginal: crítica de la filosofía griega (TrTrip 108,12ss), emanaciones del gran vientre de la naturaleza (ParSm 4,22ss), rápida descripción de los seres sensibles (Zos 113). Los gnósticos cristianos, a diferencia de los herméticos, no tienen ni una simple mirada para el mundo que los rodea.

Con la creación ya concluida por el Demiurgo, tenemos en juego la existencia de tres sustancias que luego desempeñarán un papel muy importante en la soteriología: la sustancia espiritual, «pneumática» o divina (ésta se halla propiamente sólo dentro del Pleroma), y fuera de él en Sabiduría que, al fin y al cabo, es un ente divino, y, posteriormente, en el «espíritu» o parte superior del ser humano. En segundo lugar tenemos la sustancia «psíquica»; ésta es la engendrada por la Sabiduría inferior; es la propia del Demiurgo (cf. supra p. 63) y de algunos ámbitos intermedios entre la materia y el espíritu, por ejemplo el principio vital, o alma del hombre; y, en tercer lugar, tenemos la sustancia puramente material, o hílica, representada por la materia toda del cosmos.

Recapitulemos. De un modo abstracto, el mito cosmológico gnóstico viene a decir lo siguiente en los sistemas más desarrollados: El Uno-Bien-Trascendente no interviene de modo directo en la creación del mundo. Está demasiado alejado como para actuar «personalmente», actuación que tampoco hubiera convenido, ya que la materia es una entidad degradada, que ocupa un puesto demasiado bajo en la escala del ser. El principio mediato de la creación del cosmos (en términos aristotélicos: la causa formal) es el Intelecto divino en el que se hallan las ideas, modelos o principios que servirán para crear en concreto el cosmos.

La acción del Intelecto tampoco se ejercita directamente sobre la materia (tampoco hubiera sido conveniente), sino sobre otro eón divino, la Sabiduría (que corresponde en los sistemas platónicos al Alma del mundo), que recibe del Intelecto las formas del cosmos. A su vez, la Sabiduría (más tarde, en los gnósticos cristianos, equiparada al Espíritu Santo) tampoco actúa directamente, sino que transmite esas formas intelectuales a su engendro, el Demiurgo, la inmediata y verdadera causa eficiente del universo.

Este agente intermedio, de cualquier modo, crea el cosmos limitándose a operar sobre una materia inteligible previamente existente (producida por la pasión de Sabiduría) con unas formas recibidas del Intelecto divino. El Demiurgo actúa solo conformando las formas o modelos superiores intelectuales en la materia inteligible primera, y luego —y aquí intervienen otros intermediarios— es ayudado por ángeles o arcontes (creados por el Demiurgo), que a partir de ésta operan (y estarán a cargo de ella) sobre la materia inferior (plasmada según las formas superiores de la primera materia), que es la que realmente vemos en el universo.

Con la introducción de estas intermediaciones en la creación de la materia los avispados teólogos gnósticos se zafaban de las trampas del dualismo sin recurrir expresamente al sinsentido de la creación a partir de la nada, pero rozaban el riesgo de corporalizar los entes divinos al modo de los estoicos. Orígenes les reprocha este inconveniente34. En descargo de los gnósticos, y sobre todo de los valentinianos, cabe decir que se contaron entre los más esforzados defensores del incorporalismo, como todos los platónicos.

A través de la cosmología gnóstica es fácil percibir cómo la gnosis no es dualista, sino que presenta, en realidad, una interpretación monística de los tres principios metafísicos: Dios, formas y materia. Es decir, la Divinidad, el mundo intermedio (donde se hallan los ideas-formas que sirven de imagen celeste para la plasmación de las formas mundanas) y la materia, tanto inteligible como crasa o visible, constituyen una cadena ininterrumpida del ser; todo procede de una misma y única fuente en último término, el sumo Trascendente, por emanación degradación.

La materia (y con ella la esencia del Mal) ocupa el último lugar en la escala de los seres y es como un aborto de un ser divino.

De esta cosmología se deducen algunas consecuencias importantísimas para la antropología, la ética y la soteriología:

1. Existe una radical separación entre el mundo superior/ espiritual (el Pleroma) y el mundo inferior material (el kénoma, o «vacío»).

2. La materia es degradación, el último escalón del ser, aunque proceda de Dios si se apura el razonamiento; la materia primigenia, e incorpórea, es el fruto de un «pecado», «deficiencia» o «falta» de un ser divino.

3. El mal está incluido ínsitamente dentro de la deficiencia que fue la «pasión» de Sabiduría. El universo que vemos, material, creado por el Demiurgo, es fundamentalmente perverso. El cuerpo del hombre, material, es la prisión del espíritu.

4. Existe un espacio intermedio, la «Ogdóada» inferior o mundo de las estrellas fijas, más los círculos planetarios (siete = la Hebdómada, que puede considerarse como un apéndice de lo anterior), o lugar del Demiurgo, de sus ángeles/arcontes (y de las almas justas, como veremos) que participa en cierto modo del mundo superior y del inferior.

Ahora bien, este espacio desempeña un papel secundario en la soteriología.

Es digno también de señalarse el rechazo del mundo presente que supone la cosmología gnóstica. Esta idea, sin embargo, no es platónica ni plotiniana. Jamás, sobre todo en el caso de Plotino, se defendió la tesis en cualquiera de las fases del platonismo de que el mundo es el mal del que hay que liberarse, pues significa una oposición radical a la Divinidad.

Los gnósticos, salvo el hermetismo, apenas si se interesan por el universo, su descripción, propiedades, leyes, etc., ya que lo material les trae sin cuidado. La imagen del cosmos de los gnósticos se acomoda a la que existía en su época en ambientes filosóficos popularizados, y es una herencia de especulaciones griegas con un fondo astrológico de la antigua Babilonia y Persia. No hay una imagen unitaria del universo entre los gnósticos, pero en líneas generales puede decirse, sin traicionar demasiado el conjunto de los sistemas, que la tierra se concibe como un disco plano al que cubren por encima siete semicírculos, más un octavo. El último, la Ogdóada, es el ámbito y reino del Demiurgo, también llamado en diversos sistemas Yaldabaot.

Éste - que ha creado el universo todo por medio de sus ángeles o «arcontes», o «jefes» - ha dejado a sus subordinados que reinen en los círculos inferiores, que son siete. Éste es el reino de los siete planetas y de los siete espíritus que los gobiernan (en algunos sistemas se añade el círculo de las estrellas fijas o Zodíaco, también gobernado por los arcontes del Demiurgo). Estos espíritus no son buenos en principio para el hombre, pues, como veremos, intentan controlarlo en pro de sus perversas intenciones. El rígido gobierno del mundo de estos siete círculos es lo que constituye el Hado (gr. heimarméne), que todo lo domina de tejas abajo. El hombre intentará librarse de este pesado yugo por medio de la gnosis, pero también por la astrología o el recurso a la magia.